Comparto tímidamente con uds. un cuentito escrito por mí para el programa de Navidad de Entre Duendes y Medianoche y agradezco a los Duendes por haberlo estrenado :)
La víspera de Navidad había llegado…
La madre con el magro ingreso que el padre cobraba por su
arduo trabajo, había preparado humeantes y tentadores panecillos, que
acompañarían un guisito nutritivo que, esta vez, por ser una celebración, tenía
trocitos de carne - regalo de Navidad del carnicero donde la madre hacía la
compras para la patrona.
Los detalles de color en la mesa, estaban dados por las
manualidades que los niños prepararon en la escuela. La mesa estaba lista, los
comensales, limpitos, perfumados y vistiendo sus mejores atuendos para la
ocasión.
Ni bien llegara la abuela, se dispondrían a degustar el
menú de Noche Buena.
El viejo reloj cuckoo del abuelo, marcaba acompasadamente
el paso de los minutos y cada media hora, la puertita habilitaba la salida del
pajarito para anunciarla. ¡Cuckoo!
19.30hs, ¡cuckoo! las 20, ¡cuckoo! 20.30hs….la abuela
seguramente ha perdido el ómnibus y llegará entonces más tarde de lo
planeado…¡cuckoo! las 22hs.
A esta altura, ya todos intercambiaban silenciosas
miradas de preocupación, sin pronunciar palabra.
´…si solo hubiera podido comprarle un celular, ahora
sabría qué está pasando...´ reflexionaba culposo y en silencio el padre.
´…debí haberme corrido a buscarla hoy a la tarde...´ se
decía la madre para sí.
´¿y ahora, quién nos traerá regalitos? se preguntaba el
menor sin atinar a verbalizarlo
´¿…y si se murió la abuela...? los viejitos a veces mueren
así, de golpe, sin avisar´ cavilaba el mayor mientras se le estrujaba el corazón de
pena.
´…le dije a la abu que pusiera su despertador cuando
duerme la siesta…, y que además se dejara el audífono puesto, por si le tocaban el
timbre´ refunfuñaba la mente inquieta de la niña de la casa.
¡Cuckoo! ¡¡¡las 23hs!!! ´Se acabó, sentenció el padre, ya
mismo salgo a buscarla, caminaré hasta su casa si es necesario´
Abrió la puerta cual tormenta de viento que azota y allí,
encabezando una fila de abuelitos apachuchados por el hambre y el frío, estaba
la abuela – sonrisa cómplice que el hijo aprendió a adivinar, cada vez que ella tomaba
una iniciativa inesperada e inusual, pero siempre, siempre, solidaria y contagiosa.
Así, una vez en la casa, la familia, la abuela y todos
los abuelitos, que abandonados en la calle, se fueron uniendo a ella camino a
la casa de su hijo, compartieron la Noche
Buena , con la pancita satisfecha y el corazón lleno de
esperanza y amor. Todos, absolutamente todos recibieron los mejores regalos – ¿qué
cuales fueron? amor, cuentos, historias, experiencias de vida y una infinita
esperanza alimentada por la solidaridad de la aquella abuelita.
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