como Uruguaya que siempre disfruta volver, y volver, comparto con uds. la poesía y el decir de una gran escritora:
Ni París, ni Madrid, ni Roma, ni Nueva York, ni Buenos Aires...Montevideo es sólo mi Montevideo, el de toda mi vida, salvo los primeros diecisiete años anónimos y sosos. Después, él lo ha tenido todo: mis alegrías y mis lágrimas, mis versos y mis noches en claro, las granadas mazorcas de la juventud, y ahora, estas ´rosas de la tarde, las huérfanas del sol´.
Cientos de kilómetros en primorosa puntilla de bolillos ha sido mi ir y venir por sus cales y dentro de las casas en que he vivido. Toda mi vida. Montevideo, es como un encaje pacientemente tejido a tu abrigo. No importa el color del hilo -¡oh, cuántos matices!-ni la ciudad-¡ah, de cuántos precios!-. Lo valedero es la verdad de tu pertenencia e infinitud. Porque me tienes para la eternidd, en una adpción que yo amo como una hija legítima y con una libre servidumbre apasionada, pues no puedo irme de ti sin volver la cara quinientas veces y regresar luego más ligera que si tuviese zapatos de viento. Bien que lo sben todos y hasta muchos se sonríen despectivos. ¡Qué me importa! conozco la dicha de ser propiedad de una ciudad y de sentirla mi piel, mi sueño chiquito, mi insomnio gigante, mi esperanza de polvo, mi montaña de acontecimientos. Ahí estás, Montevideo: no tienes más que un cerro, y yo, la advenediza que se ha apegado a ti sin que tú la hubieses llamado, te da en cambio una montaña: toda su vida humana, para darte después toda su
vida sobrehumana. Porque si Dios, después, tiene la paciente bondad de preguntarme:
-¿Adónde quieres volver cernido puñado de la tierra?
Con la voz que tenga, he de contestarle sin vacilar:
- A Montevideo, Señor. ¡Y gracias!
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